Sam Francis

Untitled, 1984

106.7 X 73 inch

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Móviles, maquetas, tulipanes y mariposas: Alexander Calder, el arquitecto de la escultura del siglo XX

Mobiles, Maquettes, Tulips and Butterflies: Alexander Calder, the Architect of XX Century Sculpture

By Andrew Bay, UK


Alexander Calder nació en julio de 1898 en el seno de una familia de artistas de clase media en Pensilvania. Se podría decir que ya nació con el arte en las venas, ya que su madre tenía mucho talento para pintar cuadros y tanto su padre como su abuelo fueron escultores de renombre. Ya en Escocia, sus ancestros trabajaron la piedra durante generaciones. Calder y su hermana mayor, Margaret, crecieron en un hogar creativo y afectuoso y repartían su tiempo entre Nueva York y California.

Tras graduarse en el instituto en 1915, Calder decidió estudiar ingeniería en el Instituto de Tecnología Stevens en Nueva Jersey. Aunque duró poco en esta institución, aprendió principios científicos en el campo de las matemáticas, la física, la cinética y la naturaleza de los materiales industriales. Este conocimiento le vino muy bien después para su proceso creativo y artístico.

Calder acabó dejando sus estudios de ingeniería para ingresar a la Liga de estudiantes de arte de Nueva York en 1923, donde pudo dedicarse, por fin, a estudiar arte. No tardó en demostrar ser un estudiante excepcional y en recibir encargos de varias revistas de Nueva York como ilustrador. En 1926, zarpó a París, la capital del arte del mundo, para estudiar arte en Montparnasse.

Allí conoció a la que sería su mujer, Louisa James (la nieta del famoso novelista Henry James) e hizo amistad con notables artistas de vanguardia, como Fernand Leger y Marcel Duchamp. Antes de comenzar a elaborar sus primeros "móviles" inimitables (como los llamó Marcel Duchamp), la escultura había sido en esencia una expresión de densidad e integridad. Calder descubrió que se podía hacer algo nuevo con la forma, que no estuviera ligada a la tierra, y que pudiera ser tan ligera como el vuelo de una mariposa.

En sus primeras exposiciones en París en la década de 1930, Calder resquebrajó todas las ideas preconcebidas de la escultura que le antecedieron. En el siglo XX no se había visto nada tan innovador como sus ideas.

Sin ayuda de nadie, transformó el carácter de su método y reinventó lo que era la escultura y lo que acabaría siendo. En sus obras, Calder es capaz de expresar el sentido del movimiento y la vitalidad que refleja no solo su poder creativo, sino también su atrevido ingenio como inventor. Su dinamismo está cerca de invocar a la flamante fuerza de la misma Tierra, y sus objetos ya no son artefactos, sino puras experiencias y acontecimientos.

Cuando regresó a Estados Unidos a mediados de la década de 1930, Calder y su mujer se instalaron en Connecticut, donde nacieron y crecieron sus hijas Mary y Sandra en los años 40.
 

Durante su carrera, que abarca más de 70 años, Calder ha producido un gran número de obras: piezas mecánicas, cuadros, bocetos y grabados, objetos domésticos, joyería, esculturas gigantescas y una gran colección de móviles extraordinarios. El artista pasó la mayor parte de su vida entre Roxbury, Connecticut, y Saché, Francia. Alexander Calder fue, sin lugar a duda, uno de los artistas más importantes e influyentes del siglo XX. Fue capaz de unir diferentes ocupaciones, algo que nadie había hecho antes: escultor, inventor y artista.

En la década de 1930, Calder conoció a Mondrian en su estudio de París, y aquella visita seguramente cambió el curso de la historia del arte de posguerra. Mondrian estaba creando el marco teórico del Modernismo, con grandes formas geométricas y un uso dramático del color. Para Calder, esto no fue nada revelador e inmediatamente decidió dar vida a estas formas. Lo logró al poner en primer plano los rasgos orgánicos de sus esculturas, lo que tendió un puente entre la abstracción clásica y el mundo natural que lo rodea.

Las obras de Calder no tienen límites. Explora las características cinéticas de sus esculturas, en busca del espacio, el movimiento y la posibilidad. Su arte existe como una suerte consciente, diseñada para ayudarnos a entender la esencia de lo que Calder podría haber llamado la siempre cambiante y turbia bruma de la realidad.


 

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